Eras Tú

Caminaba y hacía un poco de frío.

Oí pasos a lo lejos. No estaba sola en ese corredor gris interminable. Se veía al final una puerta que dejaba entrar luz, me indicaba la salida; aún lejana. Y luego los pasos que me acompañaban se sentían cerca. Mis firmes y finos tacos se pausaban, cuando el sonido cambiaba en ritmo. Mi mente divagaba pensando que esos pasos decididos me recordaban a ti, ese sonido que nunca olvido; y un escalofrío recorrió mi espalda.

Se acercaban cada vez más y yo cada vez más, me agitaba.

De pronto esperé. Los pasos fuertes ya no se escuchaban y la presencia estaba allí, a mis espaldas.

El frío congeló el momento en mis labios y exhalé el aire que ambos respiramos, ese perfume en el aire; eras tú, no podía ser de otra forma. Siempre eras tú.

Con tu mano recorriste mi cintura. Tus ojos miraban mis tacos y revisaste mi cuerpo abrazado por el abrigo.

Frente a mí, tocaste con tus dedos mis labios color deseo, mi pelo dispuesto a enredarse en tus manos.

Me abrazaste y tu aliento cortó el mío. Tapaste con tu beso mi ansiedad contenida. Tus ojos volvieron a ser míos y tu lengua volvió a probar el sabor que siempre te gustó.

Dejaste caer mi abrigo y tu cuerpo caliente me cobijó. Tus brazos me atraparon y tu sonrisa maliciosa me embriagó. Me apoyaste sin dificultad; dejaste mi alma en el suelo esperándote, admirándote.

El piso helado golpeaba mis ganas, más tú no lo sentiste o lo dejaste pasar.

La humedad de tu lengua recorrió mi piel estremeciendo cada centímetro al degustar y me dabas más calor del que podía soportar.

Envolví tu cuerpo con mis piernas y mis tacos apoyados en tu espalda te abrazaban para no dejarte escapar.

Me tomaste como siempre y como siempre no lo pude evitar.

Ese pasillo tenía una salida, pero yo ya no quería salir.