Al principio no vislumbraba que aquél encuentro podría significar algo en la compuesta rutina de mi vida. A decir verdad, me interesaba poder conocerlo, solo por negocios.
Mientras me escribía y le hablaba por teléfono, nunca imaginé sentir que ese hombre podría ser una imagen en mis sueños; tan tranquilos e insípidos hasta ahora.
Fue una reunión social, para afinar detalles comunes de lo que nos convocaba; estaba preparada para imponer mis términos y encausar la relación a un nivel más cercano a mis intereses; como siempre lo logro.
Cuando por fin se presentó; vi frente a mi a un hombre joven y bien cuidado de su aspecto. De mirada nerviosa lo que pudo deberse al ajetreado día que estaba pasando. Algo que llamó mi atención fueron sus labios que parecían delineados en una forma seductora y deliciosa; aunque sus manos grandes y fuertes, daban la idea que podía mezclar dulzura con firmeza, cosa que me cuesta reconocer y sobretodo encontrar...
Hubo algo en esa conversación, la que fue bastante corta pero concisa, pero sentimos una conexión especial; de esas que te llevan a ser quien nunca creíste que eras. Algo mejor que una amistad, pero mucho menos que un amor... aún.
Fuera de nuestras obligaciones, me invitó a salir. Aunque un poco escéptica por la situación, me atreví a asistir. La verdad, es que no me lo hubiera perdido. Tenía que probar.
Vestida con un traje negro y una delicada blusa que hacía lucir más femenino el look, salí con algo de prisa al lugar de nuestro encuentro. El viento enmarañó mi cabello, al punto de no poder sacarlo de mi cara, un fastidio justo cuando debes verte perfecta. El que ya me esperaba en calle, sonrió al verme y fue el comienzo de una sencilla velada donde las risas y las preguntas abundan; las miradas y acercamientos comenzaron a hacerse más intensas y provocadores. El lenguaje corporal comenzó a hacerse presente y nuestras caras parecían ser imanes atraídos. De pronto me vi con su mirada sobre mis labios varias veces y sin querer me hizo sonrojar. Sentí sus dedos rozar mi hombro y contagió una sonrisa cómplice que no pude evitar regalar.
Pero las horas pasaron rápido y tenía que terminar ese agradable encuentro aunque en el fondo ninguno de los dos quería despedirse. A veces de lo bueno, poco, dicen.
Amable y caballero, ofreció llevarme; sin dejar de hablar me senté en su auto y abroché el cinto como es costumbre. No partía el motor, pensé que esperaba algo, pero seguí hablando, sin darme cuenta de no me prestaba atención a lo que decía si no a la forma en que pensaba abordarme. De pronto volví a tener la sensación de ser una presa acechada por su cazador. No me dí cuenta y tomó mi cara con su mano y calló mi boca con un beso. Fueron unos segundos de torpeza mía, y no atinar a nada; pero la fuerza de sus caricias me hicieron responder casi tímida a sus besos apasionados y deseosos de probar como sabían los míos. Su voluntad me controló a final, entregándome a las sensaciones de su lengua en mis labios y sus manos en mi pelo, sus dedos acariciando mis mejillas con las mismas manos que antes me parecieron rudas y fuertes, ahora con suavidad y fuerza apasionada, manejando a su antojo lo que mi débil voluntad controlaba. Mi respiración se hizo rápida y viendo mi respuesta a sus caricias y sus apasionados besos, resultaban aún más excitantes. Rozaba con sus brazos mis senos temiendo llegar más allá de lo que permitía una primera cita.
Se sentía en el ambiente un aire ardoroso, de querer olvidar todo, de satisfacer deseos primitivos prohibidos para nosotros. Los que llegaron tarde a conocerse.
