jueves, 2 de agosto de 2007

Eterno Café

Te esperaba en aquel café de siempre. Sentada en un rincón, revolvía el fondo de la taza; impaciente, ansiosa, aguardando tu llegada.

Cuatro días habían pasado. Cuatro interminables noches sintiendo tu olor en mi almohada y tu voz entrecortada aún resonaba en mis oídos.

Ahí... sola, comencé a recordar como fue esa última noche. Lo aburrida que estaba en mi oficina y la sorpresa al ver tu número llamando insistentemente. Desde el momento de encontrarnos fuera de un bar y el beso que me diste cuando salí del taxi.

Sabía por qué me llamabas, siempre lo haces. Siempre me tomas y siempre te vas.

Tomaste mi mano y comenzamos a caminar, más bien, a dar vueltas.

- Como estás?
- bien y tú... no te veo desde hace tiempo.
- Sí.
- Donde vamos?
- Tú sabes...

La conversación cómplice no tiene muchas frases. Solo una mirada basta, verdad?
Luego, tomaste mi mano y seguimos el camino de siempre.

Llegamos a mi cuarto, sin rodeos me quitaste todo, pero se te olvidó sacar mis zoquetes... Al final, hacia frío. Así que no fue una molestia.

Mi taza estaba enfriándose, pero mi mente estaba en esa noche. En los detalles de tu piel y el olor de tu cabello. Tu sonrisa al verme sacar mi blusa. Y tus manos rodeando mi rostro para besarme tiernamente.

Sonrío. Lo que pasó luego, tus besos y tus caricias; solo tu presencia en mi cama... quiero volver a repetirlo.

En eso tu llegas. Por fin te acercas y escucho latir mi corazón casi en la garganta.

Me miras fijamente y una graciosa sonrisa se asoma en tu rostro.

-Vamos?

- Vamos.